La ermita de Santa Eulalia es la antigua parroquia de un despoblado medieval que recibia el nombre de Barrio Santa María. En su interior, aunque muy deterioradas, nos encontramos las que algunos han calificado como «una de las muestras pictóricas más interesantes del románico». Las escenas mejor conservadas están en el ábside y en los muros del presbiterio. Los restos existentes en los demás muros de la iglesia nos permiten ver que el templo estuvo policromado en su totalidad.
Los soldados son los protagonistas de la escena, como arma solo llevan una espada. Sus cuerpos aparecen cubiertos por una cota de malla que deja únicamente visibles sus ojos. Cinco son los soldados que aparecen representados en el capitel.
En la esquina derecha del capitel encontramos la figura de Herodes, de pie, barbado y con corona, que apunta con el dedo índice de su mano izquierda hacia los soldados mientras que con la derecha sujeta una espada. Con este gesto parece ordenar la matanza de los niños. La cara serena de Herodes contrasta con las caras aterrorizadas de unas madres que ven como sus hijos mueren bajo las espadas de los soldados. En el capitel aparecen siete madres, una de ellas aparece representada de cuerpo entero, dos solo se muestran de cintura para arriba, y el resto solo son caras. .
Sin duda, la cara más dramática es la que aparece situada en la parte central, la mujer aparece con el pelo cubierto, los ojos desorbitados y llevándose las manos a la cara, mientras observa aterrorizada la escena. Por su parte, podemos observar que son cinco los niños que aparecen representados, todos ellos se encuentran en manos de los soldados los cuales acercan las espadas a sus cuellos.
«Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen.»
Evangelio de Mateo 2:16-18