"El Medievalismo y huella romántica"
por Sara Medina
Palencia, 1988. Licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Valladolid y Máster en Estudios Ingleses Avanzados por las Universidades de Salamanca y Valladolid. En 2013 recibió una beca FPU del Ministerio de Educación y desde entonces lleva a cabo su actividad investigadora en el Departamento de Filología Inglesa de la Universidad de Valladolid. Su principal línea de investigación es la recepción de la literatura inglesa en España en el siglo XIX, centrándose fundamentalmente en el Romanticismo. En la actualidad está realizando su tesis doctoral sobre el impacto que la literatura y la cultura británica tuvieron en la obra de José Joaquín de Mora (1783-1864). Recientemente ha realizado una estancia de investigación en King’s College London (Reino Unido) como parte de su formación predoctoral.
El medievalismo y la huella romántica
Uno de los mitos más arraigados en el imaginario colectivo occidental es el del oscurantismo de la Edad Media. El medievo ha venido (re)presentándose como una época bárbara y tenebrosa, en la que el pueblo llano, ignorante y supersticioso, vivía subyugado al poder de la nobleza y de la iglesia; un tiempo de guerra, fanatismo, miseria y destrucción. Evidentemente la Edad Media también tuvo sus luces, pero ni los humanistas del Renacimiento ni los filósofos de la Ilustración, a los que sin duda debemos esta interpretación de nuestro pasado medieval, supieron verlas.
Sin embargo, y aquí es donde quiero llegar, a principios del siglo XIX la perspectiva cambia. Aunque es cierto que el interés por lo medieval ya venía fraguándose en la segunda mitad del XVIII, es el Romanticismo (o al menos alguna de las corrientes que lo componen) el que trae consigo una auténtica revalorización de la Edad Media. Aquello que el «Siglo de las Luces» percibía como oscuro, ahora pasa a considerarse romántico. La Edad Media se convierte en una fuente de inspiración para poetas, novelistas, pintores y toda clase de artistas que se sienten atraídos por sus ideales épicos y caballerescos, su carácter legendario, su exotismo, su espiritualidad o su literatura. Este viaje en el tiempo puede interpretarse como una respuesta al período convulso que siguió a la Revolución Francesa, período en el que el Antiguo Régimen y los valores que este representaba se resquebrajaban en toda Europa. Puede verse, por tanto, como una forma de escapismo, pero en algunos casos también se convirtió en un modo de reivindicar determinadas posturas políticas. De hecho, tradicionalmente se ha asociado el medievalismo con la facción más reaccionaria del Romanticismo, es decir, con aquellos autores que quería recuperar aquellos valores de altar y trono que representaba la Edad Media. Los hermanos Schlegel o Chateaubriand, por ejemplo, no destacaban por su ideología progresista precisamente. Aun así, en ese totum revolutum al que llamamos «Romanticismo» también hay autores liberales, como Víctor Hugo o el propio Espronceda, que no pudieron resistirse a los encantos de la Edad Media.
La revalorización del medievo supuso una revolución en el mercado editorial de la época: cientos de obras de temática medieval inundaron las librerías de toda Europa. Es además el momento en el que la novela histórica irrumpió con fuerza en gran medida gracias a la popularidad de Walter Scott, cuyas novelas traspasaron las fronteras de Gran Bretaña para ser leídas, traducidas e imitadas en todo el continente. El medievalismo, la novela histórica y Scott también llegaron España. Algo más tarde, pero llegaron. La lista de obras españolas románticas ambientadas en la Edad Media sería interminable y abarcaría diversos géneros literarios: desde el poema El moro expósito (1834) del Duque de Rivas a la novela El señor de Bembibre (1844) de Enrique Gil y Carrasco, pasando por la adaptación teatral de la leyenda Los amantes de Teruel (1837) de Juan Eugenio Hartzenbusch.
En definitiva, la Edad Media se puso de moda y supongo que, aunque el mito del oscurantismo sigue vigente, los románticos nos transmitieron algo de su entusiasmo por el mundo medieval. Recordemos que dos de los mayores fenómenos literarios (de prestigio) de las últimas décadas son El nombre de la rosa (1980) de Umberto Eco y Los pilares de la Tierra (1989) de Ken Follet. A la zaga de estas se han seguido publicando numerosas novelas históricas (de mayor o menor calidad) ambientadas en la Edad Media. Incluso sagas como El señor de los anillos o Juego de tronos recrean un mundo pseudo-medieval. Puede que sea un periodo oscuro (sobre todo oscuro en cuanto desconocido), pero no podemos negar que la Edad Media sigue atrayéndonos.